Caída y Cambio

Siempre me ha emocionado la comparativa del caer de las hojas en otoño, con el dejar ir y el desapego de aquello que se va.

Con el cambio, y con la belleza que en él reside.

Sin embargo, este cambio puede y suele generar dolor. Y es que a veces algo nos impide ver como estas hojas se van secando poco a poco, pasando de una tonalidad verdosa, a un no menos bello marrón oscuro.

En algunas ocasiones, una noche nos dormimos contemplando nuestro árbol verde y frondoso, cuando al despertar a la mañana siguiente nos encontramos con ese mismo árbol seco y sin hojas.

Quizá, un tiempo previo a ese despertar, hemos querido seguir viendo sus hojas verdes convenciéndonos de que la sequedad que comenzábamos a percibir en ellas no era más que un producto de nuestra imaginación.

Así es como nos engañamos.

No queremos ver que aquello que un día brilló con fuerza, hoy comienza a secar.

Comienza a morir.

El tiempo pasa, la incoherencia entre nosotros y nuestra realidad se torna cada vez más insostenible, y es entonces, que en esa mañana, una mañana cualquiera, nuestro mundo cae, así como lo han hecho las hojas de nuestro querido árbol.

La naturaleza ha seguido su curso, ha hecho que las hojas caigan por su propio peso y es así, cómo sin más, la vida cambia y nosotras cambiamos con ella.

Antonio Machado decía que todo pasa y todo queda, pero que lo nuestro es pasar.

Pasar por lugares, pasar por los tiempos, pasar por la vida.

Cambiar es dejar ir para crear espacio a lo nuevo. A aquello que es coherente con nosotros ahora. No ayer, ni mañana, ni dentro de 10 años. Ahora.

Apostemos por nuestro yo presente y estaremos apostando por nuestro yo futuro.