En el día de hoy me gustaría compartir contigo mi verdad sobre el covid-19, es decir, mi más sincera opinión sobre la situación que estamos viviendo ahora “en este tiempo tan particular”.
Desde mi punto de vista, la repercusión social y económica que está trayendo consigo el coronavirus es tan loca y surrealista como loco y surrealista es el mundo que ocupamos.
Los avances en la ciencia médica y las mejoras en tecnología sanitaria, unido al empeoramiento en nuestros hábitos de vida, cada vez mas insalubres, por ello están haciendo del mundo un nido de enfermedad e infelicidad crónica: enfermedad exponencialmente creciente de personas de edad cada vez más avanzada, e infelicidad de estas mismas personas, y de sus familiares cuidadores, a los cuales les es imposible gozar de una vida plena y abundante por cuestiones evidentes.
No aceptamos la muerte, pero tampoco aceptamos reducir nuestro consumo de carne (si, con verduras y legumbre también podemos ingerir proteína completa) o evitar ciertos comportamientos altamente prejudiciales para nuestro organismo y salud mental. Eso es lo que pienso sinceramente, esa es mi verdad sobre el covid-19.
Somos sedentarios; comemos mucho y mal; fumamos; nos drogamos; dormimos poco; cogemos el coche para ir a la tienda de la esquina; tratamos a nuestros animales de compañía como seres sucios cuando su suciedad no dista en absoluto de la que podemos encontrar en las suelas de nuestros zapatos (si si, los mismos con los que entramos a los supermercados a comprar); nos miramos mal; no respetamos el silencio en nuestras calles, ni en nuestro transporte público; hacemos voluntariado social al mismo tiempo que nos cruzamos con nuestro vecino anciano cargado de bolsas y miramos hacia otro lado… y un largo etcétera que nos quita toda legitimidad para exigirle a la vida que nos mantenga alejados de la enfermedad por siempre jamás.
Nos sentimos amparados por nuestro taller de reparaciones oficial: nuestro sistema sanitario con sus profesionales, en los que depositamos toda nuestra esperanza, sin aceptar un no se puede hacer nada por respuesta.
Esta actitud tan egoísta hacia la vida, hacia nuestros sanitarios y hacia nosotros mismos, ha hecho que la naturaleza reaccione haciéndonosla pagar con miles de muertes extra que no esperamos ni toleramos, unidas a un agravante en el que creo se haya la crueldad y drama de esta situación: que nuestros moribundos no puedan ser acompañados, muriendo alejados de sus seres más queridos, con los cuales les hubiera gustado compartir sus últimos suspiros. Mi verdad sobre el covid-19
Cierto es que el amor no tiene edad ni conoce el termino vejez, y aunque el cuerpo en esto del paso del tiempo sea un experto, un padre, una madre, un hermano, hermana… lo es de igual modo a sus 10 años de edad que ha sus 80. Así, cuando nuestros mayores se van sufrimos, y esto es innegable.
Pero también es cierto que en algún momento deberemos aceptar que no podemos vivir para siempre, y que va a llegar un día en el que posponer lo inevitable no va a generar más que sufrimiento y dolor a nosotros mismos, a nuestros seres queridos y a todo aquel que dedica su vida a proveer cuidados y confort a los más vulnerables, como es el caso del profesional de enfermería y de sus incondicionales aliadas: sus auxiliares.
Quizá podéis pensar: ‘Sara, para ti es fácil decir esto. Aún eres joven.’
Y sí, es cierto que soy joven, pero no es cierto que para mí sea fácil decir esto.
Mi verdad sobre el covid-19
Sé que algún día moriré, y habiendo crecido dándole la espalda a la muerte por cuestiones educacionales y creencias familiares, para mí la muerte siempre ha sido una gran desconocida y por lo tanto algo que he de reconocer me da bastante miedo. Por eso mismo, habiendo tomado conciencia de esta incapacidad mía para enfrentar la idea de mi propia muerte, estoy comenzando a trabajar en ella desde ya, para que cuando llegue el momento, pueda vivirla desde la calma, la aceptación y el amor. Descubre aquí mi historia.
Muchos hablan del cambio de conciencia que va a resultar de esta situación a nivel social, personal y medioambiental, y aún sin poder evitar mostrarme esceptica frente a esta idea de transformación, sí confío en que algo fundamental cambie para poder sanar nuestra relación con la vida y con nuestro planeta: Y por ello QUE APRENDAMOS A MORIR DE UNA VEZ POR TODAS.
Solo aprendiendo a morir, aprenderemos a vivir, y puede que así por fin además sepamos apreciar aquello que tenemos, de igual manera que aquello de lo que carecemos.
Es este balance lo que nos impulsa a querer ser mejores cada día: con nosotros mismos, con los demás y con el planeta que habitamos.